Sentí que el silencio era una
medida inexacta que aturdía a quien callaba. Por eso abrí la caja de pandora
que había en mi garganta y di forma de nuevo a los titanes. La tormenta del
tormento ascendió en espiral con sus once mil bocas de fuego y yo vi estallar
mi vida en vocablos de lenguas voraces que hablaban de mí y me consumían. Si
hubiera sido profeta o un loco la visión me hubiera liberado. Pero todas las
historias vinieron a contarse en mi carne en pirotecnia: yo sólo era un hombre
que con su insomnio alumbraba toda la montaña entera intentando comprender, yo
era un niño con miedo durmiendo con un lobo de peluche, yo era un niño que no
se dormía porque el lobo podía hacerse real y se lo comería, yo era los noventa
y nueve personajes que celebraban una fiesta entre las páginas de mis libros, yo
era dos Federicos, un Fernando y un Isidore, yo era una larva de Buda curtida
de hambre que no se iluminaba sino artificialmente, que investigaba mil cielos
mientras se dormía al filo del desasosiego, yo era el que caminaba por la
avenida recogiendo pistas falsas para probarse a sí mismo que había un camino,
yo era cien personas que bailaban en una fiesta de sal y de vino, yo era
tabaco, tequila y temblor, y al otro día yo era serenidad y café y viento de
montaña, yo era delirio doméstico de mediodía, yo era un héroe anónimo sin
crimen a combatir, yo era la virtud del vicio y el vicio de la virtud, yo era
la plenitud de la sed que se hunde en pozos sin fondo, yo era un coqueteo con
la muerte y un manoseo con la vida, yo era dulce susurro para el oído
rechinante del vagabundo y su
embriaguez, yo era el cuerpo de dios consagrado en un altar oculto y era la
lengua que lame la axila oxidada de un diablo en desuso, yo era la copa que se
rompe a los pies de los amantes, yo era diamante enterrado entre difíciles trances
de gente que se mira sin poder entender, yo era Babel antes del derrumbe, yo
era el mundo antes del diluvio, yo era una danza invisible que celebraba la
vida sin importar el fin, yo era el fruto del paraíso, yo era el gozo de probar
el veneno y no caer, yo era el que atravesaba la llama y me dejaba acariciar
por el humo, yo era la necesidad del necio y el secreto del sabio, yo era tres
monedas confirmando el destino, yo era una baraja partiéndose sobre la frente
de un muerto e intentando resucitarlo, yo era la espera que arde en la sangre
del perro, la que no se apaga y así fui también cadena de palomas al vuelo allá
lejos en la lluvia, yo era cinco o seis cuadernos flotando en una cama e intentando mantenerme
a flote del olvido, yo era sonrisa de desconocido, desaparición sin anestesia,
forzosa fuga, yo era máscara de oxigeno y paraíso artificial, yo era la correa
de mi padre, los platos de mi madre, el silencio de mis hermanos, yo era el
sermón del cordero en la mano izquierda y el poema maldito en la mano derecha,
yo era un oasis de opio en un prado en llamas y era la canción que no podía
cantar la que me amaba, era un joven desnudo frente a un espejo abrazado a sí
mismo, torso turbulento aguzado por la angustia retozando de deleite cuando su
mano me tocaba, yo era el silencio después del grito, después del gemido,
después del rumor, yo era la duda bendecida y la certeza herida, yo era un
payaso vestido de negro y el enlutado añorando vestirse de rojo, yo era el agua
que me negaba el verdugo cuando tenía sed, la estrellita de tinta china que le
regalé al primer hombre que amé, yo era lo que de mí decían mientras me veían
alejarme en un barco sin explicarse porqué, yo era un santo que se había vuelto
villano para volver a caer, yo era el ángel más bello ardiendo de verdades en
la sala de urgencias, yo era un ciervo de cristal en la ventana de mi tía, era
gris profecía que no se entendía, que no se entendía, yo era manos que
trabajaron por dar vestido al gigante, yo era la urgencia y la presencia del
ciego en el teatro, yo era todos los nombres de la historia floreciendo en un
solo resplandor, yo era cáliz, pozo y transformación.