La vertiginosa idea de que todo está inexorablemente vinculado y que una nariz diferente de Cleopatra habría producido una vida diferente del señor J. M. Smith, empleado del Banco de Boston, produce en muchas personas una especie de desmoralización: “Si eso es cierto —dicen—, no vale la pena esforzarse en nada”. No dándose cuenta de que si eso es cierto no hay tal efecto desmoralizador: esa aparente desmoralización estaba decidida de antemano por las infinitas causas que la precedieron.
Una candidez parecida es provocada a veces por la idea de un eterno retorno: hay personas que creen poder echarse al abandono porque se han convencido de que esta vida y este universo han sucedido exactamente otras veces y han de suceder infinitas veces más. Pero si realmente hay eterno retorno y reproducción idéntica de los ciclos, es claro que ese echarse al abandono no puede ser una novedad: se ha producido en cada ciclo y se ha de producir por toda la eternidad.
Entonces, ¿qué?, dice esta gente, desalentada —aunque ya con temor de que ese desaliento no sea voluntario ni nuevo. Pero si es muy simple: basta rechazar el determinismo absoluto y el eterno retorno.