"Yo he intentado negarlo todo: ¡pero destruir es muy fácil, más cuán difícil es construir! E incluso destruirse a sí mismo parece más fácil de lo que es; estamos tan determinados por las impresiones de nuestra niñez, por la influencia de nuestros padres, por nuestra educación, y lo estamos hasta un nivel tan profundo de nuestro ser interior, que dichos prejuicios, profundamente arraigados, no son tan fáciles de remover por argumentos racionales o por la mera voluntad. La fuerza de la costumbre, la necesidad de algo superior, la ruptura con todo lo establecido, la aniquilación de todas las formas de la sociedad, la duda acerca de si, durante dos milenios, la humanidad no se habrá dejado cautivar por una falsa imagen, el sentimiento de la propia temeridad y de la propia audacia: todo esto mantiene una lucha aún no resuelta hasta que, al final, una serie de experiencias dolorosas, de acontecimientos tristes en nuestro corazón, otra vez nos llevan a nuestra antigua fe de la infancia. Sin embargo, la impresión que produce observar la incidencia de estas dudas sobre nuestro ánimo debe ser, para cada uno, un hito importante de su propia historia cultural. No puede pensarse otra cosa sino que algo tiene que permanecer firme, un resultado de toda aquella especulación que no siempre es un saber, sino que también puede ser una creencia, una fe; sí, algo que incluso un sentimiento moral puede reanimar a veces o dejar en suspenso."
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