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LOS ODIOS FAMILIARES por Miguel Ángel Asturias



En compañía del doctor Gilbert Robin haremos a través de su libro titulado Los odios familiares, una incursión freudiana, si se sufre que así lo diga, por los terrenos sagrados de la familia. Es de advertir que por ellos hasta la fecha sólo había pasado el pie florido de la literatura: obras teatrales, novelas, cuentos picarescos. Vamos adelante. Al hablar de los odios entre hermanos, el doctor Robin nos hace ver que el hermano detesta más espontáneamente a su hermano que a su hermana. Hay en ello un fuerte resabio del instinto sexual. Las razones del odio entre hermanos son múltiples y desconocidas. La preferencia de los padres, la envidia, los celos. (Guy de Maupassant nos habla en su novela Pedro y Juan, del caso del hermano celoso que sufre y se alegra con los triunfos y caídas de su hermano, emociones que son contrarias a sus propios deseos). Por otra parte, es forzoso comprender que en estos tiempos el sentimiento de igualdad ha tomado la forma de una necesidad orgánica y que es aquí donde debe buscarse la fuente de la mayor parte de los odios entre hermanos. 

Siendo los padres y parientes los que tienen gran culpa en el nacimiento de tales desviaciones,  o cuando menos que las estimulan, forzoso es dirigirse a ellos para que, cediendo a sus inclinaciones, den lugar al equilibrio que debe reinar en las familias normales. 

El odio entre hermanas es el más frecuente, ora porque una de ellas es menos bella, ora porque en casa se la dan a una los mejores trajes, ora porque en sociedad la más bella es más cumplimentada, ora porque tiene novio. A este respecto hay, según el doctor Robin, dos clases de naturalezas: las que disimulan el rencor y las que lo manifiestan. Las constataciones psicológicas pueden hacerse en la segunda clase con facilidad y sin mayores conocimientos. No es uno, desgraciadamente, el caso de la hermana que se venga de su hermana, empleando desde los medios inofensivos, por así decir, de la calumnia y el anónimo, hasta el crimen. ¿De qué no es capaz un espíritu enfermo cuando desea destruir la felicidad que le parece injusta e insoportable? Los odios de los padres para los hijos son de todos los días en las sociedades donde la civilización ha complicado la vida y ha hecho difíciles los medios de subsistencia. No olvidemos, por otra parte, que los filósofos y los sabios están de acuerdo sobre el carácter inestable de los sentimientos paternales en la animalidad y en los hombres anormales. Una madre, por ejemplo, odia a uno de sus hijos porque su nacimiento le recuerda sentimientos que ella quisiera tener olvidados. En la mayoría de los casos, de padre a hijos, el odio se manifiesta como antipatía muy velada.

Los odios filiales completan el cuadro anterior. Nosotros hemos sido más de una vez testigos del odio de los hijos para sus padres, en casos concretos, sigue el doctor Robin: Benjamín Constant, Baudelarie, Mirabeaud, Stendhal, quien, como saben mis lectores, se las tuvo que ver con su tía Serafina, que era una fiera, y con el abate Raillane, su preceptor. 

André Gide, entre los modernos, nos habla de ese odio en su obra El niño prodigio; Les Thibault, de Martin du Gard, es otro ejemplo, y a propósito podemos citar La casa natal, de Jacques Copeau, y de América, a Castelonuovo, el joven autor argentino que en su libro de cuentos Malditos nos habla del padre borracho, y al gran Florencio Sánchez, en M’hijo el dotor, tan profundamente humano. 

Al final del volumen del que me ocupo, el doctor Robin da las medidas profilácticas. La primera condición para deshacerse de los odios familiares es verlos de frente, encararse con ellos, confesarlos. Los odios que se desnudan, se aplacan. Los que se guardan en silencio, se fermentan. La sola curación efectiva es la de habituarse en las familias a pensar en voz alta. 

3 de noviembre, 1926.


PRÓLOGO A UNA ANTOLOGÍA DE POESÍA ANARQUISTA por Omar Árdila


Insumisos, insurrectas, subversivos, rebeldes, insurgentes, conspiradoras, revolucionarios, agitadoras, libertarios, anarquistas… los ha habido en todas las culturas y desde tiempos inmemoriales, incluso, en aquellos lugares donde el terror ha campeado poderoso y altivo, instaurando el prejuicio como su mejor arma para sostener los anhelados “equilibrios”. De esos particulares personajes, nos han contado las mitologías, los relatos épicos, los tratados históricos, los textos religiosos, y no precisamente para exaltarlos o recordarlos con respeto y dignidad; por el contrario, para iniciar con ellas la reseña de los proscritos y enjuiciar sus actos como entorpecedores de los imaginados “paraísos perdidos”. 

Estos incómodos sujetos, aunque aislados espacial y temporalmente, han permanecido unidos por su espíritu fervoroso e inclaudicable. Por supuesto, no todas han defendido los mismos ideales ni ejercido las mismas prácticas, ni tampoco han gozado de los pequeños triunfos de la memoria – que en efecto se han dado –  con los cuales se ha logrado fundar una iconografía de luchadoras sociales que han rebasado múltiples fronteras. Pero, precisamente, porque consideramos que aún hay muchas voces olvidadas, insistimos en rescatarlas trazando cartografías a partir de una particular actividad artística vinculada con una praxis ideológica: la poesía anarquista.

Advertimos a quienes consideran – desde ciertos sectores que también se reclaman revolucionarios –  que este propósito es excluyente y peligrosamente generador de distanciamientos, que no es ese nuestro propósito; sin embargo, es apenas natural y oportuno (debido a los múltiples intentos de acallarnos y de agraviarnos con el olvido, aún por quienes dicen estar combatiendo por un mundo mejor) que también los ácratas nos preocupemos por reavivar las voces poéticas que nos han alentado y que han resistido ante todo tipo de persecuciones. 

Y ya que nos hemos encauzado por tan inquietante sendero, es preciso hacer unas acotaciones, puesto que a la dificultad consabida para realizar cualquier tipo de antología, se suma el que no estamos exentos de operar con tal subjetivismo que nos lleve a incluir o a obviar a quienes – “a todas luces” – debieran haber sido seleccionados o dejado por fuera. Sin embargo, asumimos el reto de iniciar esta construcción, ante todo, alentados por la confianza de que otros compañeros ayudaran a complementar o a pulir este trabajo. 

Lo primero que queremos manifestar es que tratamos de seleccionar, primordialmente, autoras que se proclamaron como anarquistas habiendo o no militado en asociaciones de este tipo. Algunos de ellos, posteriormente tomarían rumbos diferentes, pero como no estamos buscando hacer enjuiciamientos morales, nos interesa es el espíritu de su obra en un contexto determinado. En segundo lugar, consideramos importante incluir poetas con alto reconocimiento dentro de la lírica mundial, quienes sin militar en agrupaciones anarquistas sí tuvieron o tienen una gran afinidad con sus ideas; y otros que, quizás sin tener conciencia de dichas ideas, llevaron vidas y construyeron obras decididamente libertarias. 

Podríamos decir de todas ellas que eran “anarquistas congénitas” que exhumaban rebeldía. Es el caso de Lao Zi, Rosario de Acuña,  Wilde, Rimbaud, Artaud, Blake, Victoria Aldunate, Schelling, León Felipe, Byron, Heine, Ana María Martínez Saguí, Cravan, entre otros. Y hasta nos atrevimos a incluir una polémica figura literaria, vinculada usualmente por la crítica con el pensamiento de derecha, quien, inesperadamente, publicó sus primeros y revolucionarios poemas – esos que no traen las antologías oficiales – en periódicos anarquistas; se trata, ni más ni menos, que de Jorge Luis Borges. 

Asimismo, somos conscientes de que muchas autoras también han quedado por fuera, principalmente, por el desconocimiento que tenemos de sus obras o porque deliberadamente han decidido quedarse en el anonimato. Además, de unos pocos, encontramos referencias sobre su trabajo literario pero no fue posible hallar obras poéticas. Por eso anhelamos que, con la ayuda de los lectores interesados, podamos seguir alimentando este flujo propulsor de la memoria y continuar haciéndolo circular más allá de los espacios libertarios, pues creemos que esta selección de autores identificados con un singular pensamiento político, debe también generarle inquietudes a todos los estudiosos de la literatura. 

Por otra parte, queremos hacer algunos apuntes sobre la concepción del arte en el anarquismo, los cuales pueden ayudarnos a dimensionar la importancia de esta actividad dentro de dicha propuesta sociopolítica y, especialmente, la gran estima que se ha tenido por la poesía en el mundo ácrata, la cual ha sido considerada como una verdadera arma para adelantar la lucha política. Y aunque no olvidamos lo poético que siempre habita en el corazón de toda creación artística, nuestro trabajo busca concentrarse en la especificidad lírica. 

Uno de los primeros presupuestos en los que se afianza el pensamiento anarquista es que “para crear hay que destruir”, y es, en gran medida, el artista quien se aproxima a la belleza a través de la variación, constituyéndose como un devenir revolucionario. De entrada, las  artistas de Acracia se instalan en la línea herética, en contravía de la cultura y la tradición, aunque no pierden su horizonte pluralista, que les permite renovarse constantemente a partir de su propia experiencia y  ratificando siempre el valor de la diferencia, pues el creador no encaja en la estructura de una “sociedad igualitaria”, históricamente nivelada por lo bajo, gracias al predominante ejercicio de la autoridad y el patriarcado. El artista ácrata ha luchado por la “individualización” y no por el “individualismo”, como ligeramente se le ha señalado por algunos sacerdotes que preconizan el “compromiso”, la “pedagogía” y el “dogma” revolucionario del arte. Por ello, es preciso no olvidar la esclarecedora advertencia de Wilde: “Toda autoridad es igualmente peligrosa”. 

Desde los primeros momentos, teóricos anarquistas como Godwin, Proudhon y Kropotkin,  coincidieron en avizorar un “arte nuevo”, que buscara abolir las diferencias entre arte y vida. Han sido numerosos los dogmas contra los que se ha levantado el creador ácrata: “la obra maestra”, “el artista puro”, “el museo”, “la sala de conciertos”, “el dictamen de la crítica”. Esta ruptura se alcanza luego de asumir su trabajo no como un oficio, ni como un medio de vida, sino como puro acto creativo, pues importa más el acto creador que la obra en sí. Antes que para ser “mirada”, la obra está para ser “vivida” y “hecha”, y viene a adquirir su real potencialidad en contextos determinados, sin estar sujeta a las limitaciones temporales. Por su parte, la estética anarquista estima otros valores con los cuales se siente más identificada: la imaginación, la espontaneidad, la fantasía, el asombro, la ruptura. Por eso espera y merodea siempre en las puertas de lo desconocido, pues no se contenta con “regentar o interpretar lo real” para producir un “significado” social excluyente. Más que con palabras, el poeta trabaja con deseos, emociones, fantasías, temores… 

Muchas de las poetas anarquistas estuvieron siempre innovando, generando rupturas, dando batallas por el verso libre desde las orillas del simbolismo o incorporándole nuevas facetas perceptuales a la creación poética, desde las tribunas expresionistas, dadaístas, futuristas y surrealistas. Y así han continuado, casi siempre cercanos a los quehaceres vanguardistas, que se levantan contra el poderío “legislador” de los artistas clásicos. 

Hemos preparado este trabajo, ante todo, por el amor a la poesía y al espíritu anarquista, y por la necesidad de conjugar momentos, indagaciones ante el espejo, transparencias y atisbos de luz para revitalizar la memoria, para reafirmar que la poesía es inmanencia revolucionaria que no encaja con el “arte de propaganda”, y para seguir pregonando que la revolución es una fiesta, un rito, una ceremonia, una celebración… sin principio ni fin.


LANZAMIENTO: 
MIÉRCOLES 19 DE JUNIO DE 2013 -  7PM
LUGAR: ASEISMANOS: CLL 22 # 8 - 60