Entre los manuscritos inéditos de la coleccion Everett hay uno que a pesar de su brevedad es de los más importantes, según me lo confirmó un scholar de Cambridge: es de William Blake, el visionario poeta autor de El Matrimonio del Cielo y el Infierno.
Según parece, el fragmento que tengo ante mis ojos debió de ser el esbozo de un poema que hubiera tenido por título El Paraíso nuevamente hallado, título que recuerda al Paradaise Regained, de John Milton, pero tanto el tono como el comentario son muy diversos.
Blake comienza diciendo que el Edén del que habla la Biblia no puede haber desaparecido de la faz de la Tierra, por que Dios es por esencia creador, y ciertamente no ha querido destruir una de sus obras maestras. Así pues, es necesario buscar ese Paraíso, cosa que ya intentaron muchos hombres durante los siglos de las luces, o sea durante la Edad Media. El último navegante que se esforzó por hallar el Paraiso Terrenal fue Cristóbal Colón, quien, marchando hacia Occidente, se proponía llegar al Oriente, lugar donde Dios habría preparado el jardín de las delicias para su primer huésped. Pero, por desgracia, el místico genovés halló tierras que se interponían entre Europa y Asia, y que resultaron ser a la vez cebo y barrera. Con él terminó la Edad Media y terminó la búsqueda del Edén.
Blake imagina ser él mismo el nuevo peregrino que pretende recorrer, afanosamente, el camino seguido por los dos exiliados: por nuestro primer padre y por nuestra primera madre. Por espacio de largos años viaja por por estepas y bosques, atraviesa cadenas de montañas y multitud de ríos, recorre valles fertilísimos y selvas terroríficas, marcha por las dunas del mar y los senderos herbáceos de los altiplanos. Encuentra llanuras verdes y jardínes floridos, bosques donde mora la alegría de los pájaros y frescos oasis de palmeras y fuentes, pero en ningún sitio halla el verdadero Paraíso Terrenal, por doquiera reinan el gemido del sufrimiento y las sombras de la muerte.
Una noche, cansado y afligido, se duerme el peregrino sobre el musgo de la caverna. Tiene un sueño en el que se le aparece un gigante de cabello blanco, un gigante que lo mira con los ojos fulgurantes e imperiosos; el peregrino cree reconocer en él al Creador pintado por Miguel Ángel en la capilla Sixtina. El anciano habla así al desaparecido caminante:
-En vano recorres la Tierra buscando el lugar donde estuvo el Jardín, destinado a ser morada de Adán. Como premio a tu fe y tu constancia te revelaré la verdad que fue adivinada únicamente por rarísimos santos. El Paraíso Terrenal es toda la Tierra, nada más que la Tierra, con sus alturas y sus aguas. Adán y Eva no fueron expulsados de un lugar cerrado, sino que fueron cegados. Las espadas llameantes de los querubines cambiaron la visión de sus ojos, los obnubilaron y no reconocieron el asilo de las delicias y jamás lo volvieron a reconocer. Sus ojos ofuscados vieron malezas y espinas donde había flores esplendorosas, vieron piedras escabrozas donde había gemas refulgentes, zonas desiertas donde en realidad había extensiones alfombradas de hierbas olorosas, lugares nebulosos donde había valles de bendecidos por la sonrisa del sol. El mundo ha quedado tal cual fue en su creación desdel el primer día, pero los hombres, debido a la alteración de su mirada, ven en el Paraíso, ya un doloroso Purgatorio, ya un horrendo Infierno.
"Y también su facultad auditiva fue alterada por el fragor de las espadas, y dejaron de comprender el lenguaje de los animales y los armoniosos mensajes de las plantas. Si el hombre pudiera recuperar la limpidez de sus pupilas obcecadas y la virtud perfecta de sus oídos , entonces todo se le aparecería como es en la realidad, como se le apareció el primer día, antes del pecado.
El anciano extendió su diestra y tomó los ojos del durmiente, luego sopló su boca en sus oídos. Al percibir aquella sensación el peregrino se despertó sobresaltado, sacudido por un gozoso terror, y salió de la caverna. Ya amanecía, y Blake comprobó que el Señor no le había engañado: lo que en la tarde anterior le había parecido una tierra pedregosa y estéril, lo veía ahora como una multicolor fiesta de hierbas y flores, de arbustos bayados cargados con bayas maduras, por doquier veía ovejas pastando. Extasiado de estupor, comprendió de golpe los razonamientos que se decían gorjeando los mirlos y las alondras, alegrándose con él por la recuperada felicidad.
"Y yo -concluye diciendo Blake-, después de agradecer al señor con un canto nuevo, regresé a mi ciudad, a mi pobre casita, y me di cuenta de que hasta mi reducida huerta de Londres era un rincón, hasta entonces ignorado, del Edén omnipotente y eterno."
Tomado de Gog, Círculo de lectores, Barcelona 1969.
Imagen: Autorretrato por William Blake
Tomado de: http://estudiahermetica.blogspot.com/2012/03/william-blake.html