Si de pronto una pintura se anima y el niño florentino que miras
ardientemente extiende una mano y te invita a permanecer a su lado en la
terrible dicha de ser un objeto a mirar y admirar. No (dije), para ser dos hay
que ser distintos. Yo estoy fuera del marco pero el modo de ofrendarse es el
mismo.
Briznas, muñecos sin cabeza, yo me llamo, yo me llamo toda la noche. Y en
mi sueño un carromato de circo lleno de corsarios muertos en sus ataúdes. Un
momento antes, con bellísimos atavíos y parches negros en el ojo, los capitanes
saltaban de un bergantín a otro como olas, hermosos como soles.
De manera que soñé capitanes y ataúdes de colores deliciosos y ahora que
tengo miedo a causa de todas las cosas que guardo, no un cofre de piratas, no
un tesoro bien enterrado, sino cuantas cosas en movimiento, cuantas pequeñas
figuras azules y doradas gesticulan y danzan (pero decir no dicen), y luego
está el espacio negro -déjate caer, déjate caer-, umbral de la más alta
inocencia o tal vez tan sólo de la locura. Comprendo mi miedo a una rebelión de
las pequeñas figuras azules y doradas.
Alma partida, alma compartida, he vagado y errado tanto para fundar uniones con el niño pintado en tanto que objeto a contemplar, y no obstante, luego de analizar los colores y las formas, me encontré haciendo el amor con un muchacho viviente en el mismo momento que el del cuadro se desnudaba y me poseía detrás de mis párpados cerrados.
(Fragmento)
Alma partida, alma compartida, he vagado y errado tanto para fundar uniones con el niño pintado en tanto que objeto a contemplar, y no obstante, luego de analizar los colores y las formas, me encontré haciendo el amor con un muchacho viviente en el mismo momento que el del cuadro se desnudaba y me poseía detrás de mis párpados cerrados.
(Fragmento)