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CELESTE HIJA DE LA TIERRA por Enrique Lihn


No es lo mismo estar solo que estar solo
en una habitación de la que acabas de salir
como el tiempo: pausada, fugaz, continuamente
en busca de mi ausencia, porque entonces
empiezo a comprender que soy un muerto
y es la palabra, espejo del silencio
y la noche, el fruto del día, su adorable secreto revelado por fin.

Tendría que empezar a ser de nuevo
para aceptar el mundo como si no fuese
solamente lo único que conservo de ti,
tendría que olvidarme
como se olvida lo más negro de un sueño,
soplar en mi conciencia hasta apagar mi imagen,
cerrar los ojos frente a los espejos,
deshacerme y hacerme, soñar siempre con otro,
morirme de mí mismo
para no recordarte a cada instante
como el ciego recuerda la luz y el condenado a muerte
la vida, toda ella, en un abrir y cerrar de ojos,
porque estás más adentro de mí que yo mismo
o existo porque existes
o yo no sé quién soy desde que sé quien eres.

No es lo mismo estar solo que estar sin ti, conmigo
con lo que permanece de mí si tú me dejas:
alguien, no, quizás algo: el aspecto de un hombre, su retrato
que el viento de otro mundo dispersa en el espacio
lleno de tu fantasma desgarrador y dulce.

Monstruo mío, amor mío,
dondequiera que estés, con quienquiera que yazgas
abre por un instante los ojos en mi nombre
e, iluminada por tu despertar,
dime, como si yo fuese la noche,
qué debo hacer para volver a odiarte,
para no amar el odio que te tengo.

Es inútil
buscar a tu enemigo en el infierno
suyo y de esta ciudad, allí donde la música agoniza
larga, ruidosamente en el silencio
y beber en su vaso para verte
con su mirada azul, roja de odio,
el vino que refleja su secreta agonía,
la que en su corazón en ruinas danza
a la luz de una luna tan desnuda como ella
con la misma afrentosa lascivia de la luna
que no se muestra al sol, pero acepta su fuego,
esa virgen tatuada
por los siete pecados capitales
no eres tú o eres otra;
alguien, quizá yo mismo, entonces toca
mi frente y me despierto como el fuego en la noche,
en toda mi pureza,
con tu nombre verídico en los labios.

A través de Gabriel R.

PUNTUALIDAD por Kafka

No soy puntual, porque no siento las angustias de la espera. Espero como un buey. De hecho siento que, aunque muy inseguro, hay un objetivo para mi existencia actual; me envanezco tanto en mi debilidad, que lo soporto todo con gusto a causa de ese objetivo propuesto. Si estuviese enamorado, de qué no sería capaz. Cuánto tiempo esperaba hace años en el Ring, bajo el arbolado hasta que veía pasar a M., aunque fuera acompañada por su novio. En parte por negligencia , en parte por ignorar las angustias de la espera, he dejado pasar la hora de la cita; pero también lo he hecho en parte para alcanzar el nuevo y complicado objetivo de una renovada e insegura búsqueda de las personas con quienes me había citado. El simple hecho de que, cuando niño, tenía un gran temor nervioso a la espera, permitiría deducir que estaba destinado a algo mejor, pero que adiviné mi futuro.

Incluido en Sobre el Tiempo de La Marca Editora.

APUNTE DE UN CUADERNO por Ciorán

Me he sumergido de nuevo en la filosofía hindú y he vuelto a encontrarme con esa alternancia de sosiego y desesperación inherente a esa filosofía. El budismo mahayana al que, sin embargo, me siento tan próximo, me desarma completamente. La dialéctica de Nagarjuna, la de Candakirti, de Cantideva, destruye todos los conceptos, todas las supersticiones, para que una vez reafirmadas más que nunca el vacío como única "realidad", nos aferremos a ella y obtengamos de ella consuelo y fuerza para dominar nuestras pasiones. La intención moral es evidente detrás de ese despliegue de argumentos destructores: se aniquila todo para encontrar la paz al final. Mientras algo sea, vivimos en la confusión. Aniquilemos todo el edificio de nuestros pensamientos y nuestras "voliciones" y descansemos sobre sus ruinas. Sólo hay pax si hemos adivinado que todo es fantasmal; en cuanto algo existe, entramos en el drama. Habría que decir: en cuanto creemos que algo existe... pues se trata simplemente de nuestras locuras y nuestros arrebatos, que nada ocultan tras sí, ya que nada hay, además de ellos.

Tomado de Cuadernos 1957 - 1972, Editorial Tusquets.