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EL FIN DE LA JORNADA por Charles Baudelaire





Bajo una pálida luz

Corre, danza y se retuerce

La Vida, impura y gritona.

Tan pronto como a los cielos

La gozosa noche asciende

Y todo, hasta el hambre calma,

Ocultando la vergüenza

Se dice el Poeta: «¡Al fin!
Mis vértebras, como mi alma,

Codician dulce reposo;

De fúnebres sueños lleno

La espalda reclinaré

Y rodaré entre tus velos,

¡Oh refrescante tiniebla!»

MALDICIÓN por María Mercedes Carranza


Te perseguiré por los siglos de los siglos.
No dejaré piedra sin remover

Ni mis ojos horizonte sin mirar.
Dondequiera que mi voz hable

Llegará sin perdón a tu oído

Y mis pasos estarán siempre

Dentro del laberinto que tracen los tuyos.
Se sucederán millones de amaneceres y de ocasos,

Resucitarán los muertos y volverán a morir

Y allí donde tú estés:

Polvo, luna, nada, te he de encontrar.

NO ENTRES DÓCILMENTE EN LA NOCHE CALLADA por Dylan Thomas



No entres dócilmente en la noche callada,

que al morir la luz la vejez debería

delirar y arder; odia el fin de la jornada.




Aunque el sabio ve en su ocaso la alborada,

como a su verbo el rayo vigor no confía

no entra dócilmente en la noche callada.




Llora el hombre bueno tras la última oleada,

por lo que pudo su obra danzar en la bahía,

y odia, odia feroz el fin de la jornada.




Y el loco, que al sol cogió al vuelo en su albada,

y advierte, aunque tarde, la ofensa que le hacía,

no entra dócilmente en la noche callada.




Y el grave, que al morir ve con ciega mirada

que ojos ciegos ser pueden meteoros de alegría,

odia, odia feroz el fin de la jornada.




Y tú, padre mío, de tu cima alejada,

maldice o bendíceme con voz airada o pía.

No entres dócilmente en la noche callada.

Odia, odia feroz el fin de la jornada.

DIÁLOGOS por Alejandra Pizarnik



-Ésa de negro que sonríe desde la pequeña ventana del tranvía se asemeja a Madame Lamort —dijo.




—No es posible, pues en París no hay tranvías. Además, ésa de negro del tranvía en nada se asemeja a Madame Lamort. Todo lo contrario: es Madame Lamort quien se asemeja a ésa de negro. Resumiendo: no sólo no hay tranvías en París sino que nunca en mi vida he visto a Madame Lamort, ni siquiera en retrato.




—Usted coincide conmigo —dijo— porque tampoco yo conozco a Madame Lamort.




—¿Quién es usted? Deberíamos presentarnos.




—Madame Lamort —dijo— ¿Y usted?




—Madame Lamort.




—Su nombre no deja de recordarme algo —dijo.




—Trate de recordar antes de que llegue el tranvía.




—Pero si acaba de decir que no hay tranvías en París —dijo.




—No los había cuando lo dije pero nunca se sabe qué va a pasar.—Entonces esperémoslo puesto que estamos esperándolo —dijo.